Pecado original
         [222]

 
   
 

        

   Es el pecado que todos los hombres traemos al nacer, heredado de nuestros primeros padres, que se alejaron de Dios por la desobediencia a su ley. La herencia es de todos los hombres, que nacen ya en estado de pecadores. Ese pecado inicial fue la causa de que la misericordia divina determinara la venida del Salvador quien, con su muerte de cruz, nos redimió de él y nos devolvió la posibilidad de la salvación eterna.

   1. Qué es y cómo es.

   El pecado original es misterioso, pues ni en su naturaleza ni en sus circunstancias puede ser conocido ni entendido. Sin embargo sabemos que existió en un principio y existe en cada hombre por la misma revelación divina. Como también sabemos que Cristo vino para destruir ese y todos los pecados del hombre; y lo sabemos también por la revelación divina.
   Lo que la Iglesia enseña es que se trata de un pecado cometido por Adán; que por él todo el género humano, todos los hombres, perdieron la gracia divina, salvo la Virgen María, quien “por único y singular privilegio, según la definición dogmática de la Inmaculada, no lo contrajo; que con la gracia, perdimos también otros dones que habíamos recibido, como la vida sin sufrimiento y la inmortalidad; que Dios no abandonó al hombre pecador, sino que le prometió la redención; y que esa redención se realizó con la venida y muerte de Jesús.
   La enseñanza de los Padres y de los Papas ha sido clara siempre. S. Agustín decía: "El  pecado deliberado del primer hombre es la causa del pecado original" (De nupt. et concup. 2.26. 43). El comentario de la Iglesia siempre se apoyó en la Escritura Sagrada, por ejemplo en la Carta a los Romanos (5. 12) de S. Pablo, donde se muestra a Adán transmitiendo la muerte con su pecado.
   En esas enseñanzas quedó siempre claro un triple aspecto.
   - El pecado de Adán hirió toda la raza humana, no fue sólo un pecado personal de los primeros padres. Lo escribió S. Pablo "Así como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, así la muerte llegó a todo hombre". Los hombres tienen que morir por haber sido pecadores, como reclama la Escritura: Sab. 2.24: "Por la envidia del diablo entró la muerte al mundo". (Gn. 2.17; 3. 19). Hay que recordar la influencia del espíritu del mal en este pecado.
   San Pablo es quien mejor lo expresa: "Por un hombre llegó la muerte y por un hombre llegó la resurrección de los muertos" (1 Cor. 15. 21).
  - Los hombres estamos espiritualmente manchados por ese pecado de Adán. Tenemos perdida la amistad divina al nacer, no sólo las ventajas, sino la misma esencia de la gracia. Nacemos en pecado de muerte (mortal), aunque misteriosamente no podemos explicarlo ni entenderlo: "porque por la desobediencia de uno, muchos hombres fueron hechos pecadores" (Rom. 5. 19). Se trata de un pecado de participación, no de comisión. Pero las consecuencias básicas, la perdi­da de la gracia, son reales, aunque espirituales y misteriosas.
  - Dios no dejó al hombre hundido en el pecado sino que, desde el primer mo­mento, le prometió la redención. De manera germinal en el mismo Génesis se relata la promesa (Gn. 3.15). Luego, de forma progresiva, se renueva esa promesa en lo que llamamos Historia de la Salvación, hasta la llegada de Jesús.
  
   2. Cómo se perdona.
  
   Después nos acogemos individualmente a esta salvación por el Bautismo, como forma de recuperar el estado de gracia, y por los sacramentos del perdón en los pecados posteriores que podemos incurrir. Pero es indudable que los hombres de todos los tiempos han sentido la necesidad de pedir perdón a la divinidad por algo malo que les acecha o envuelve y que muchas religiones han hablado del temor a no ser perdonados.
   La Iglesia, desde el comienzo de su acción en la tierra y  apoyándose en los Profetas y en las enseñanzas de los Apóstoles, habló del pecado original, de la redención lograda por Cristo y de la necesidad de que "cada uno nos apliquemos aquellos que falta a la pasión de Cristo." (Col.1.24).

 

   

La naturaleza del pecado original, aunque resulte misteriosa, quedó clara y definitivamente explicada en el Concilio de Trento como la pérdida de la vida sobrenatural, la muerte del alma (Ses. V. can. II), y como "ausencia de la justicia o gracia divina, mancha contraída por cada ser humano en el momento de su concepción" (Ses. VI. cap. III).
   El Concilio llamó "justicia" a la gracia divina, recogiendo el principio explicado por San Agustín: "El pecado deliberado del primer hombre es la causa del pecado original". Este principio es desarrollado posteriormente por San Anselmo: "el pecado de Adán fue una cosa, pero el pecado de los niños al nacer es algo distinto; el primero fue la causa, el segundo es el efecto" (De conc. virg. 24).
   Santo Tomás  lo aclara así: "Un individuo puede ser considerado o como individuo o como parte de un todo, como un miembro de una sociedad. Considerada de esta segunda manera, una acción puede ser propia, aunque no la haya realizado uno mismo ni por su propia voluntad, sino en el resto de la sociedad o en su cabeza, al igual que una nación hace algo cuando su príncipe lo hace... (San Pablo, 1 Cor. 12).
   La multitud de hombres que reciben su naturaleza de Adán se puede considerar como una sola comunidad o un cuerpo...
   Si el hombre, que debe a Adán su privación de la justicia original, es considerado una persona privada, tal privación no es su "pecado", puesto que el pecado es esencialmente algo voluntario. Si lo consideramos miembro de la familia de Adán, como si todos los hombres fueran uno solo, entonces su privación participa de la naturaleza del pecado a causa de ser voluntario, pues tal fue el pecado de Adán." (De Malo, 4.1)

    3. Educar ante ese pecado

   Es necesario educar al cristiano para sea consciente de este misterio y de esta realidad humana. Debe dar gracias a Dios por haber sido bautizado o debe convertir ese don del Bautismo en vida permanente que le aleje de los demás pecados. Pero debe saber que su libertad es un regalo divino merecido por Cristo nuestro redentor
    No debe centrar la catequesis del pecado en los hechos bíblicos, sino en el misterio.
    El hecho del pecado original está recogido en la Biblia en forma de un mito o lenguaje simbólico, adaptado a la mentalidad de los primeros lectores de la Escritura (Gen. 3.1-24). Es evidente que ni una serpiente habló, ni Dios bajaba a pasear por el parque, ni un árbol estuvo prohibido, ni fue castigo el dolor del parto o una sanción el sudor del trabajo por el pan de cada día.
   Además hay que saber presentar las consecuencias de ese pecado:
   - La muerte y sufrimiento son la principal. Son efecto de haber perdido un don de inmortalidad y de impasibilidad que Dios había regalado al hombre a quien había puesto en un "paraíso de delicias".
   - La concupiscencia es otra importante. Es el sentir el hombre que sus instintos se rebelan contra su inteligencia y voluntad, como él se rebeló contra Dios. Ese desajuste, o rebelión del apetito inferior, transmitido de Adán a nosotros, es una ocasión de pecado. La tendencia desordenada no es pecaminosa, pero inclina al pecado. La justificación devuelve la gracia, pero no quita la concupiscencia.
   - La necesidad del Bautismo. Dios ha querido que el hombre deba recibir un signo sensible que la da la gracia, el Bautismo. No basta que quiera rechazar el pecado para quedar justificado. Nece­sita el signo que Dios ha establecido.